Suena el timbre que indica el final de las
clases, corro escaleras abajo mirando al suelo, chocando con todo el mundo.
Salgo fuera y espero en la puerta a los demás. En la acera de enfrente veo a un
chico vestido de negro con gafas de sol apoyado en una moto, me saluda con la
mano, aunque no sé quién es. Me hace un gesto para que me acerque. Miro a ambos
lados de la carretera y cruzo, intentando no pisar los enormes charcos que
surcan la calle.
-Hola señorita – me saluda mirando por encima
de las gafas. Una sonrisa tonta se me dibuja en la cara de inmediato. – Vamos,
sube – me invita Marcos extendiéndome un casco rojo. Asiento sonriendo, me pongo
el casco y subo detrás suya.
-¿No esperamos a avisar a las chicas? – le
pregunto antes de que arranque la moto.
- No hace falta, si ven que no estás, darán
por hecho que he venido a por ti, ¿no? – me dice mientras arranca y empieza a
conducir por la mojada calle. Va demasiado rápido para mi gusto, aunque no me
quejo, ya que llueve y quiero llegar a casa cuanto antes, y me agarro fuerte a
su cintura.
-Eh, ¿a dónde vamos? – le pregunto, cuando
frena en un semáforo. Estas calles no me suenan de nada.
-Pues, ya que yo conozco tu casa, tendrás que
conocer tú también la mía – me dice gritando para que le oiga, algo un poco
difícil por culpa del tráfico.
-¿Qué dices? Me da vergüenza conocer a tu
familia – le digo nerviosa.
-No te preocupes por eso, ahora no hay nadie –
me dice mientras mira impaciente el semáforo en rojo.
-¿Qué? Mejor llévame a casa Marcos, tengo
muchos deberes y no he avisado de que llegaría tarde, mis padres se van a
preocupar – le digo trabándome, nerviosa.
-Oh venga, sólo media hora – me dice mientras
arranca la moto, sin esperar a que se ponga en verde.
-¡Qué no, Marcos llévame a casa! – le digo
gritando. Pero parece que, o no me escucha, o me ignora completamente. Empiezo
a ponerme nerviosa, no quiero volver a pasar por lo mismo que pasé en aquel
rato en mi casa, no quiero volver a estar a solas con él. Por un momento me
acuerdo de Sergio y de lo que me ha dicho esta mañana, lo que hace que esté más
inquieta todavía. Empiezo a golpearle la espalda ya histérica, mientras le
grito que me lleve a casa. Entonces gira y frena bruscamente junto a la acera,
se baja rápido y se quita el casco.
-¿Pero estás chiflada o qué te pasa? – me
grita como un loco. – ¡Podíamos habernos matado! ¿Qué hacías dándome puñetazos?
– me dice moviéndose de un lado para otro, tocándose el flequillo mientras
intenta relajarse. Le toco el brazo para que se esté quieto, pero se quita
haciendo un brusco movimiento.
-Quería irme a casa… - le digo en voz baja,
con la cabeza agachada, mirando al suelo.
-Pues te jodes y te esperas, ¡no intentas que
nos matemos! – sigue gritando mientras la gente que pasa por allí nos mira. –
Anda, tira a tu casa – me dice algo más relajado señalando por donde hemos
venido. Le miro extrañada, sin decir nada. – ¡Vamos! – me vuelve a gritar
mientras se monta en la moto y se va. Veo como la moto se aleja por la larga
calle, acelerando cada vez más.
Me quedo allí, de pie, quieta, en medio de la
calle. Pequeñas gotas, que empiezan a caer del cielo, me mojan la cara. No
tarda en empezar a llover con fuerza, pero no me inmuto, sigo quieta, mirando a
la nada, sin poder reaccionar. No entiendo por qué Marcos se ha puesto así, por
qué me ha gritado como si fuese una inútil, como si fuese una loca. Pero lo
peor de todo, es que no entiendo cómo ha sido capaz de dejarme allí, sola,
lejos de mi casa, en un lugar que no conozco. Vale, sí, quizás me he pasado al
empezar a golpearle mientras estábamos en la moto, pero no soportaba la idea de
quedarme a solas en su casa con él, no, no podía verme en esa situación. Vuelvo
a pensar en Sergio, en lo que me había dicho, ahora me arrepiento de no haberle
hecho caso, de haberle contestado mal. Y una lágrima cae por mi mejilla,
juntándose con el resto de gotas que me mojan la cara. Miro al cielo gris,
luego mi ropa, empapada, toco la mochila que llevo a la espalda y noto como
gotea. Por fin reacciono y me muevo, corro en busca de un lugar donde
refugiarme. Me meto debajo de un balcón, en la puerta de un piso. Me apoyo en
la puerta, cansada, mientras respiro entrecortadamente y me dejo caer en el
suelo. Me rodeo las rodillas con los brazos y escondo la cabeza entre ellos,
mientras millones de lágrimas se escapan de mis ojos, dejándose caer al suelo.
Maldigo en voz baja a Marcos, por haberme dejado allí sola. No me preocupa
estar en un sitio que no conozco y no saber volver a casa, lo que de verdad me
duele es el hecho de que haya sido capaz de dejarme allí e irse, sin duda
alguna, como si yo no le importase nada. Todos tenían razón, no le conozco nada
en absoluto y así es imposible empezar una relación, si es que a esto que
tenemos Marcos y yo se le puede llamar relación...